Biblioteca de k Ée, vista 4e la Ásociaciéü Politécnica del Uruguay
ARTE, TÉCNICA, CRITICA
Conferencia que bajo
¡el patTocíUÍo de la Asociación Politécnica del Uruguay
dio el í)l PEDRO FíGÁRI en el Ateneo de Montevideo
el 15 de Junio de 1914
Biblioteca de la Revista de la Asociación Politécnica del Uruguay
ARTE, TÉCNICA, CRITICA
Conferencia que bajo
el patrocinio de la Asociación Politécnica del Uruguay
dió el I)r. PEDRO FIGARI en el Ateneo de Montevideo
el 15 de Junio de 1914
MONTEVIDEO
Pbíía Hnos. — Impresores
19 14
ARTE, TÉCNICA, CRITICA
Conferencia que bajo
el patrocinio de la Asociación Politécnica del Uruguay
dió el Di\ PEDRO FIUARI en el Ateneo de Montevideo
el 15 de Junio de 1914
Señoras, Señores:
Ante todo deseo agradecer al presti-
gioso y querido Ateneo su hospitalidad
cordial, así como á la conspicua Asocia-
ción ‘Politécnica del Uruguay el impor-
tante y generoso apoyo que me brinda;
como agradezco también, y mucho, á es-
te auditorio selecto el honor que me hace
al interesarse en mi estudio sobre arte,
técnica y crítica. Quedamos pues reunidos
con fines de estudio, lo cual tiene entre
otras ventajas, la de excluir esa solem-
nidad que parece incompatible con una
franca exposición de nuestros pensamien-
tos íntimos.
Ahora, para que no se frustre este pro-
pósito, ruego á Ydes. que no se atengan
demasiado á las ideas admitidas sobre los
asuntos de que vamos á tratar. Compren-
do que el dejar de lado las propias ideas
es algo más difícil de lo que á primera vis-
ta parece; es como olvidarse de sí mismo,
— cosa punto menos que imposible, si aca-
so es posible; pero queda así mismo for-
mulado mi ruego, aunque no sea más
que para inclinar al análisis.
Ya se supondrá que he tratado de veri-
ficar mi ensayo antes de someterlo al jui-
cio público. Quiero, sin embargo, hacer
una declaración que servirá, talvez, pa-
ra interesar la atención del auditorio; y
es, que, al confrontarlo con la realidad,
así como con mis lecturas y meditacio-
nes, — las que, por lo demás, no son muy
abundantes ni seguras, — no solo ha re-
sistido mi ensayo á la compulsa, á mi
ver, sino que me ha permitido una ex-
plicación satisfactoria respecto de mu-
chos fenómenos que antes me confun-
dían. Sería, pues, altamente tranquiliza-
dor para mí, el poder contar con elemen-
tos más autorizados para esta delicada
verificación; y si, venturosamente, Vds.
— los estudiosos, — llegaran á considerar
juiciosas las ideas que voy á exponer,
estaría seguro del resultado, porque, uni-
dos, conseguiríamos pruebas indubita-
bles en la comprobación objetiva, dado
que, en la naturaleza, así como las falacias
halian á su paso interminables oposicio-
nes y protestas, una verdad positiva tam-
bién encuentra un inacabable alegato á
su favor, igualmente decisivo, por cuanto
lo formulan los hechos-, y los hechos son
soberanos, y dignos de fé.
En cuanto á la utilidad de este esfuer-
zo, á su propia utilidad práctica, diremos,
para desprevenir á espíritus más excép-
ticos que los nuestros acerca del valor y
del poder de las ideas, nosotros no necesi-
tamos demostración, por cuanto no tene-
mos duda alguna á ese respecto.
Mi tésis, como se verá, no es revolucio-
4
REVISTA I>K LA A.SOCÍ ACION
naria; muy al contrario. Ella tiende sim-
plemente á «explicar» fenómenos natura-
les como hechos naturales, en la inteli-
gencia de que «por el solo hecho» de ser
integral la naturaleza, no puede haber
más que elementos y fenómenos natura-
les. Los propios fenómenos que reputamos
«artificiales» ¿no son, acaso, siempre, in-
defectiblemente, producto de agentes y
elementos naturales? Se comprende por
lo demás, que nada haya ni pueda haber
fuera del mundo «exterior», al que llama-
mos así aun cuando nos contiene.. En rea-
lidad, no hay más que mundo «interior»;
y estamos tan comprendidos en ól y tan
en nuestra casa, — que es «lo existente»,
indestructible, si bien esencialmente trans-
formable; — y es tan ineludible que todo
se manifieste como afirmación, como ac-
ción, que ni podemos concebir algo que
se halle «fuera» de la substancia y de la
energía integrales, de tal modo, que nues-
tras mismas ideas más abstractas tienen
siempre que plasmarse, diremos, dentro
de formas concretas. — Por algo son in-
tegrales la substancia y la energía, ó glo-
bales, como lo expresa más comprensiva
y comprensiblemente esa forma que pa-
rece darle esfericidad al Universo, si bien
dicha esfericidad no es más que la perife-
ria, si puede decirse así, de nuestras con-
cepciones limitadas.
De este modo, el arte, la técnica y la
crítica se nos presentan como simples
«aspectos» del fenómeno vital, esto es,
como modalidades inherentes al hecho de
vivir, de vivir como organismo; ó dicho
de otra manera, como manifestaciones de
la complexión individual , dado que no se
concibe la vida sin una estructura, sea ella
la que fuere, y sin acción.
Con todo, con no ser revolucionaria es-
ta tésis, no deja por eso de rectificar, — ó
de pretenderlo al menos, — la forma en
que se consideran corrientemente dichos
fenómenos; y esto solo ya, de por sí, pro-
duce consecuencias efectivas y beneficio-
sas. Por lo demás, en el supuesto de que
mi tésis contuviera algún elemento po-
sitivo, vale decir, real,— como yo lo pre-
sumo, — no podría dejar de ser útil, por
cuanto nada es más ventajoso que un
mayor conocimiento positivo del medio
en que actuamos, que es nuestro ambien-
te natural, insustituible por otra parte;
— y agregaré, felizmente insustituible.
¿Donde podríamos hallarnos mejor que
en nuestro ambiente? Es siempre en plena
naturaleza donde hasta se manifiestan
nuestros propios devaneos más líricos, y
donde desenvolvemos nuestra actividad
toda, para dar satisfacción á nuestras ne-
cesidades y á nuestras aspiraciones, que
son también necesidades, — precisamente
las mismas que determinan la evolución
humana.
Antes de entrar á la exposición directa
de mi tésis, voy á decir dos palabras acer-
ca de la manera de pensar usual sobre estos
as\intos, para que se vean algunas de las
numerosas contradicciones y ambigüe-
dades que allí se ofrecen como dogmas, y
que parecen ser su más típica caracterís-
tica. Esto, — que es justamente, lo que me
indujo á estudiar, — nos permitirá apre-
ciar mejor los asuntos de que vamos á
ocuparnos.
Cuando se habla de arte, entramos á
un dominio de excepción; — se diría que
entramos á un reino mágico. En este rei-
no, no rigen ya los cánones de la lógica
común, porque en él se rinde culto á la
maravilla, al prodigio. Es tal su excepcio-
nalidad, que hasta los hombres más inl e-
lectualizados se sienten cohibidos, y se
confiesan ineptos para razonar en domi-
nios tan extraordinarios. Ellos callan,
pues; y si hablan divagan, cuando no,
más circunspectos, formulan recelosas
circunlocuciones, reticencias y salvedades
que denuncian á las claras el temor de
decir algún grave despropósito. Este an-
tecedente, que todos han podido apreciar,
denota, de un modo inequívoco, que tales
dominios no han sido aún penetrados por
el conocimiento, porque apenas se ha
comprendido él. significado, real de un he-
POLITECNICA DEL UKUOUAY
O
cho ó de una série de fenómenos cuales-
quiera, por más árduos é intrincados que
parezcan, el primer beneficio que resulta
es el de hacerlos accesibles al razona-
miento, y, por lo mismo, el de trocarlos
en sencillos.
En estos dominios, los que hablan sin
reparo son los «iniciados»; pero ellos mis-
mos, con estar en todos los secretos de
este singular gobierno, nos dan perífrasis
y lugares comunes á manera de razona-
mientos, — concurso que no es bastante
para informarnos, según se comprende.
Es que éllos, para iniciarse, han debido
comulgar con el prejuicio, y éste nunca
se ofrece tan despampanante como en
los dominios del arte, y así es que no se
les oye razonar con lógica llana, natural,
digámoslo para referimos á esa prosa
insuperable de la naturaleza, la que se
manifiesta de infinitas maneras en todo
instante y por todas partes, hasta en la
propia médula de los soñadores que la
repudian como inferior á sus elucubra-
ciones; y hasta en sus propias elucubra-
ciones, podría agregarse.
Es que, el arte, según el concepto ad-
mitido, es el paraíso efímero del ensueño,
y el ensueño es lo vago y lo arbitrario
por excelencia. Los soñadores viven de
la evocación magnificante, y ésta se ali-
menta en el pasado, que es, cabalmente,
el imperio del prejuicio, de la quimera,
tanto más gratuitos cuanto más nos in-
ternamos en los tiempos. De ahí su mi-
soneismo. Cualquiera innovación los exas-
pera porque los perturba en su mentali-
dad; y de tal modo, que ni se detienen á
aquilatar su fundamento ni sus efectos,
antes de repudiarla. Ellos viven en un
castillo encantado, si, pero ilusorio, el
que se basa en puras afirmaciones, — las
afirmaciones de la leyenda tradicional;
por lo que no tan solo están expuestos á
ver tambalear ese lujoso castillo ante
cualquier elemento crítico, sinó que es-
tán predestinados, se diría, á presenciar
de día en día su demolición, por cuanto el
proceso evolutivo es de constante rectifi-
cación á las ideas trasmitidas, por lo pro-
pio que es de progreso. So obstante, ellos
aman entrañablemente ese su castillo de
naipes.
Es de tal modo convencional su lógi-
ca, — la que proclaman como superior á
toda otra, — que, á favor de la misma,
cualquiera tentativa, por anárquica que
sea, es apta á hacer gran camino sin ha-
llar á su paso quién pueda juzgar de «su
razón de ser», con una base positiva de
juicio. Hoy, no más, estos dominios tan
nebulosos están en jaque por varios cona-
tos reformistas, que relampaguean amena-
zantes por entre la maraña de las enso-
ñaciones,— más bien que ideas, — sin con-
tralor alguno. Me refiero al cubismo, al
futurismo, al cerebrismo, al simultanismo
y otros partidos en auge, que, con ser
también cultores del ensueño, escandali-
zan á los soñadores. Pero, lo sintomático,
es que, tanto las disquisiciones del pro
como las del contra, son de una anfibolo-
gía desconcertante. Es tal su ininteligi-
bilidad, — dentro de la propia lógica que
se estila en tales asuntos, ya de por sí
poco inteligible, — que en vez de esclare-
cernos, nos sume cada vez más en las bru-
mas, en las tinieblas del arte, impenetra-
bles á la mirada, de tal modo, que cada
día vemos mejor que nos es imposible
percibir por dicha vía contorno alguno
en ese campo paradojal, fabuloso. Con to-
do, repito, en cualquier dominio, á la vez
que se descubre una verdad, — que, en re-
súmen, no es más que la constatación de
un hecho, de una realidad, — ocurre lo con-
trario; se vé mejor, cada vez más claro,
como si la mirásemos por dentro, con ga-
fas.
Cuanto á arte se refiere es lo iantásfcico.
Al simple conjuro del vocablo, ya, nues-
tras ideas, — en vez de disciplinarse, —
se arremolinan, revolotean, mariposean
al azar, sin saber sobre qué concepto po-
sarse. Y lo propio ocurre con la estética,
la crítica, el ideal, la téonioa: palabras
que suenan como equivalentes, cuando
no como perfectos sinónimos. Cualquiera
de estos vocablos nos sugiere un mundo
extraordinario, extra/natural. Desfilan á
a
REVISTA DE 1A ASOCIACION
nuestro magín los museos, con sus cua-
dros y estatuas; los teatros con sus reci-
tados y sus músicas; las catedrales góti-
cas ó bizantinas, con sus ojivas y agujas
cinceladas, ó con sus cúpulas imponen-
tes; los poetas, sus poemas, sus lauros . . .
¡qué! hasta los propios movimientos co-
reográficos cadenciosos, ya sean religiosos
ó dionisíacos; y todo esto, se nos ofrece
fragmentado en caos kaleidoscópico, en
loco desórden; peor aún, dentro de una
vaguedad incoercible, indefinible, de tal
modo impreciso, que si pudiéramos co-
tejar dos nociones individuales al respeo-
to, — provengan de donde provengan, —
veríamos que, lejos de coincidir, difieren
por completo y eso que á estas su-
puestas «entidades» se las considera como
objetivas, lío es de extrañar así que este
dominio se nos presente como el reino de
lo arbitrario. Los propios filósofos, in-
cluso los más eminentes, también maripo-
sean que es un primor en este laberíntico
jardín, y en s'us adyacencias. Ellos tam-
bién nos dan perífrasis brillantes como
razonamientos de buena ley; y me digo:
¿Qué puede explicar este fracaso del ta-
lento, del genio mismo, como no sea la
falsedad de los renuentes prejuicios ad-
mitidos?
lío se ha considerado en toda su lati-
tud al arte, esto es, como un recurso ge-
neral, normal, universal de acción or-
gánica, y derivan de este desconocimien-
to, — originario del más remoto pasado,—
los juicios y apreciaciones, que cada vez
más se ván desviando de la realidad, en
vez de precisarse y acordarse más y más,
como acontece con todo aquello que se vá
penetrando por el conocimiento. Las ideas
se han embrollado enteramente.
Se supone que todo el arte superior
está comprendido dentro del campo que
se denomina «bellas artes», y de ahí, que
á las demás manifestaciones de la activi-
dad se las excluya de dicho dominio, así
como del de la estética, del de lo ideal, y
del de la propia crítica, — todo lo cual, á
mi entender, es un colmo de desconoci-
miento. De dicho error, inicial y capital,
nacen las desinteligencias que caracteri-
zan este dominio; y no solo eso, sinó tam-
bién inconvenientes mucho mayores que
los simples desvíos subjetivos, — si acaso
no fuera bastante esto, dado que es nues-
tra mentalidad la que determina la ac-
ción, — verdaderos perjuicios efectivos,
materiales, digámoslo una vez más para
intranquilizar á esos espíritus tan prác-
ticos, que no toman en cuenta buenamen-
te más que lo que se palpa y se pesa.
Yo me pregunto: ¿qué otra cosa hacen
que los demás, cuando trabajan, el ar-
quitecto. el pintor, el músico, el coréogra-
fo, el escultor, el poeta, el literato, si no
es poner su intelecto á contribución? Sin
embargo, solo á éllos se Ies llama franca-
mente «artistas»; — y los demás, como
quiera que agucen su ingenio, no tienen
carta de ciudadanía én esa República, en
esta Monarquía del arte, mejor dicho,
puesto que nada es más aristócrata que el
concepto' circulante acerca del mismo.
Si se interroga sobre la razón de esta
preeminencia, — que no se negará que lo
es, en el pensar general, — de esta preemi-
nencia adjudicada, como (privativa» á los
cultores de las bellas artes, se os contes-
tará con aire de condescendencia supe-
rior: «¡Cómo! ¿no cae Yd. en la cuenta de
que se llama artista sólo al que plasma
la belleza?» Se vé así que es la dirección,
la finalidad del esfuerzo, lo que sirve de
punto de partida para fundamentar aque-
lla denominación, puesto que, si repre-
guntamos: «¿Y por qué, entonces, llaman
Vdes. artista también al pintor, al escul-
tor, al músico, etc., que no han plasmado
jamás belleza alguna?», en este supuesto,
ya no tienen nada serio que decimos par»
sostener su antojadiza clasificación usual.
Este fundamento finalista de lo bello,
resulta tanto más deleznable' cuanto más
se atienda á lo «intangible» que es la be-
lleza, esa misma belleza que parece plas-
marse cotidianamente por los «artistas» y
que, no obstante eso, no hemos visto plas-
mada una sola vez, de modo tal que sea
comprendida ni comprensible á todos
por igual, como un teorema. Al contrario,
POLITECNICA DEL TJltUGUAT
7
cada vez se advierte mejor que ese con-
cepto varía con relación al lugar y al
tiempo, y que, lejos de ser «el mismo» pa-
ra todos los hombres y para todos los pue-
blos, es distinto para todos los pueblos y
para todos los hombres, — también con
relación al lugar y al tiempo.
Para notar esta imprecisión típica en
las ideas que acerca del arte circulan, bas-
ta observar que apenas salimos de la
estrictez oficial diremos, de las clasifi-
caciones académicas, ante un manjar,
una prenda de vestir, un adminículo cual-
quiera, que nos agrada ó que nos parece
hecho con ingenio, exclamamos: «¡es una
obra de arte!» por lo que venimos á
«condecorar» como artista al productor más
modesto. Es que entonces rige un crite-
rio positivo, «natural», y no un conven-
cionalismo simplemente; y según aquel
criterio, sensato, no contaminado por la
especulación artificiosa, é incontamina-
ble, afortunadamente, todos pueden lu-
cir el diploma de artistas, y aún el de ar-
tistas eximios: el clínico, el ingeniero, el
cirujano, el estadista, el industrial, el
hombre de negocios, no ya el investiga-
dor eficaz, que es, á mi ver, el artista sumo.
Verdad que el arte, — «las artes», mejor
dicho, para atender á la intención des-
pectiva del prejuicio consagrado, — tam-
bién se dividen, — y esto confirma lo que
iba diciendo, — en «mayores» y «menores»,
en «decorativas», «aplicadas» y hasta
en «útiles», lo cual, según el concepto ad-
mitido, por lo mismo que es útil debe que-
dar relegado á la última fila en la nomen-
clatura nobiliaria del Gotha artístico.
Ultimamente, Eoger Marx, publicaba un
libro alegando á favor del derecho á figu-
rar las artes decorativas, — también úti-
les, — si bien no tanto como otras, en la
Corte, diremos, de las Bellas Artes. Hay
también artes «mecánicas», artes «libera-
les», etc.; no hablemos de las «bellas ar-
tes», que definen el arte por antonomasia,
por puro lujo de arbitrariedad. Y, no va-
ya á creerse que esta preminencia se fun-
da exclusivamente en la inutilidad: mé-
rito que parece ser óptimo en el concep-
to lírico de los soñadores: ¡oh, no! — al
contrario, las bellas artes fueron en un
tiempo las más útiles, según se verá, —
en el sentir de nuestros antepasados, na-
turalmente; claro que no para los días
que corren.
Sea como hiere, estas clasificaciones
no se han basado en ningún elemento po-
sitivo, objetivo, real; y de ahí que nos re-
sulten inservibles. Si tuviéramos que ca-
talogar las obras de arte con arreglo á
ellas, para colocarlas por orden en su res-
pectivo casillero, veríamos que no hay
jurado capaz de ponerse de acuerdo sobre
ningún punto: ni sobre las más bellas,
no ya sobre las que son bellas; ni sobre
las que son mayores ó menores (salvo
que se apelara al volumen); ni sobre las
decorativas, — las que, de una ú otra ma-
nera, se hallan refundidas en las demás;
ni tampoco sobre lo que es arte «aplica-
do», que es una denominación redundan-
te, puesto que, siendo éste «un recurso
de acción», es decir, «un medio», debe por
fuerza estar aplicado á su finalidad, ya
sea el solaz, ó ya sea la consecución de
algo más perentorio. La de artes «útiles»,
es una denominación también redundan-
te, puesto que el arte no puede dejar de
ser útil, como no puede dejar de serlo la
inteligencia, que lo inspira y lo dirige,
aún cuando se desvíe, por error ú otra
causa, de su fin natural; por lo demás, es-
to tendría que presuponer artes «inúti-
les», las que no podrían ser otras que las
bellas artes, esto es, las de boato y de so-
laz, — supérfluas en ese sentido, — -y re-
sultaría así que son ellas misúias las que
definen el arte «orgánico» por antono-
masia. Véase, por un lado, cuán embara-
zosas son las clasificaciones admitidas, y
por el otro, á donde nos conducen las cla-
sificaciones arbitrarias!
Las ideas imperantes sobre este orden
de asuntos, no congenian con lo real, es
decir, con lo que es, y de esto se derivan
múltiples perjuicios, — para nosotros, na-
turalmente, — porque, «lo que es», no deja
de ser tal cual es, ni aún para complacer-
nos. La realidad prima siempre, aún por
8
REVISTA DE XA ASOCIACION
encima de nuestros desvíos y espejismos;
somos nosotros, pues, los que debemos
ajustarnos á ella, según nuestras conve-
niencias; y, al fin, ese es el esfuerzo cons-
tante orgánico, es lo propio que hace di-
cha obra natural, al ponderarnos de día
en día más dentro de lo existente, aunque
nuestros idealismos nos quieran condu-
cir á las nubes.
Si es cierto que resulta muy difícil,
— cuando no imposible, — clasificar he-
chos y fenómenos que se ofrecen sin so-
lución ¿le continuidad en ningún sentido,
no es menos cierto que, cuanto más ca-
prichosas sean nuestras clasificaciones,
tanto más difícil nos será «dominar»), por
el conocimiento. Nosotros, á fuerza de
pertrecharnos con tecnicismos que arran-
can, quizá, de los primeros tanteos del
esfuerzo cognoscitivo, hemos llegado á
pensar que en la naturaleza los fenóme-
nos se ordenan como las combinaciones
en una farmacia; así es que, pensando ver
á la realidad tal cual es, la consideramos
al través de nuestras clasificaciones, — fal-
sas y antojadizas, — como por entre un
cuadriculado irregular, que no condice
con la realidad; y todavía, á esa malla
de puros prejuicios rígidos, que superpo-
nemos á una continuidad de fenómenos,
fluida, — diré así por oposición, — como es
la de la naturaleza; á esa red mental cla-
sificatoria le atribuimos una objetividad
que no tiene, así como no la tienen tampo-
co las entidades clasificadas tan conven-
cionalmente. Como que nosotros solo per-
cibimos fenómenos «de relación», sólo son
entidades «relativas» las que considera-
mos entidades objetivas, tangibles. De
ahí que los hechos más sencillos nos con-
fundan, como enigmas; de ahí, que pue-
dan eternizarse las discusiones aunque
los contendientes se hallen de acuerdo
con lo fundamental, toda vez que no ha-
yan tenido la advertencia de precisar el
respectivo punto de vista, ó sea, la «ma-
lla» por donde cada cual encara el asnnto;
de ahí, los paralelismos y divergencias
mentales, que forman el laberinto de
nuestra intelectualidad, más imaginati-
va y brillante que eficaz; de nuestras des-
inteligencias, quizá fuera mejor decir.
Si en vez de acudir á las bibliotecas,
para guiarnos en estos asuntos; — las que,
por lo poco que he podido ver, lejos de
orientarnos positivamente, nos desvían
y nos hacen perder esa brújula de que
echa mano aquel sentido sanchesco,
más experto que sutil, que se llama «el
buen sentido»; si en vez de guiarnos por
el prejuicio, — cabalgadura demasiado re-
hacia para llevarnos á las cumbres del
conocimiento, — nos remitiéramos á la ob-
servación directa de la naturaleza, para
percibir, siquiera sea, las líneas más ge-
nerales y más constantes de lo que allí
se manifiesta, veríamos que la acción or-
gánica intelectiva, siempre mtélectiva, por
cuanto no se concibe ninguna forma per-
durable de «organización», «sin inteligen-
cia»; esa acción, digo, se vería que va con-
sumando su obra inexorablemente, en
una .misma dirección: la de servir al or-
ganismo, donde quiera que sea, y como
quiera que sea. Ahí, el arte, es algo muy
, distinto de lo que nos dicen los tomos de
elucubración metafísica. No es ya un
torbellino de imágenes, sin contornos ni
sentido, sinó, al contrario, es «el instru-
mento» que vá labrando la suerte de to-
dos los ejemplares de la escala biológica,
sin excepción, como acción de su inteli-
gencia, y sin apartarse un punto de su
verdadera vía, como no sea para sufrir
las consecuencias naturales de todo error;
y, también, se vería allí que ese desvío,
ese contraste, — terrible á veces, — ni des-
pierta por lo común un lamento en el
propio regazo de la especie. A menudo,
el hombre mismo, que descuella por su
inteligencia y que se envanece con sus
sentimientos, ni arranca un sollozo en
«el desierto de hombres», según se ha di-
cho.
Si tuviéramos que considerar ese egoís-
mo esencial, con arreglo ah «sentimenta-
lismo» que se proclama como lo mejor por
la tradición, veríamos el platonismo cons-
titucional de este .arbitrio, frente á un
desierto detestable, y aún pavoroso, como
POLITECNICA DEL URUGUAY
0
ese de los hombres. Mas, nosotros repu-
tamos á ese factor, «el egoísmo», como
indispensable y aún como saludable en
toda obra orgánica, justamente porque
• es el projiio «agente de organización»; y
de ahí nuestro íntimo optimismo.
Como quiera que sea, la naturaleza
está ahí, como un hecho, — como un he-
cho esencialmente movible, sí, pero in-
mutable para las cuitas humanas, por
más que se haya pensado otra cosa en
días de profundo extravío. Ella no deja
de ser «lo que es», ni por un instante, por
mucho que idealicen ó yerren los hom-
bres, ni por más que teoricen ó divaguen
sus filósofos: es ahí pues, donde es me-
nester captar la noción del arte, puesto
que élla y solo élla será la noción positiva
del mismo.
Si observamos la naturaleza libremen-
te, esto es, sin prevenciones, veremos que
todos los seres, todos, tratan de sacar par-
tido de su inteligencia para. vivir, para
mejor vivir; para adaptarse al medio, pa-
ra mejor adaptarse al medio; — por un
lado, para utilizar todo elemento natural
que pueda concurrir á ese propósito y,
por el otro, para vencer cualquier obs-
táculo que pueda oponerse á este desig-
nio, á este afán vital, íntimo, orgánico,
y, por lo mismo, esencial, que guía á cada
unidad morfológica, á cada individuo,
siempre de acuerdo con su complexión,
sea la que fuere.
No hablemos de las especies inferiores
al hombre que, no obstante, nos ofre-
cen infinitos ejemplos aprovechables. To-
memos al hombre, ya sea civilizado, pri-
mitivo, ó salvaje, — si es dado excluir
toda distinción entre estos dos últimos
ejemplares del linaje humano, después
que se han visto los famosos renos y los
bisontes admirablemente grabados por
los hombres de las cavernas.
Todos los hombres y todos los pueblos,
clanes á tribus, de todos los tiempos, to-
dos, han tratado de ingeniarse para vivir
de la mejor manera que les ha sido posi-
ble, lo que significa al fin, vivir «cada cual
según su estructura», según sus predilec-
ciones, sean ellas las que fueren. Todos»
han tratado y tratan de arbitrar los me-
dios que han reputado y reputan mejores,
para dar satisfacción á sus necesidades
individuales ó colectivas, — las que pre-
suponen también á las individuales — á sus
aspiraciones, por lo demás, siempre insa-
ciables, — aún cuando á veces se nos ofrez-
can como modestas ó ascéticamente hu-
mildes. — ¡Oh, no me habléis de la humil-
dad ni de la modestia; de las humanas
principalmente! Todos, por igual, segiín
su complexión, aguzan su ingenio para
garantirse, para procurarse bienes, para
defender sus bienes, para ampliarlos, pa-
ra construir sus instrumentos de trabajo,
sus armas de defensa, — cuando no de-
ataque, — sus jdolos y amuletos, — que son
también armas defensivas, en el sentir
de los creyentes; en fin, para alimentarse,
para abrigarse, para curarse, para nave-
gar, para traficar y para toda otra forma
de actividad, de tal manera, que las pro-
pias rutinas más mecanizadas por la cos-
tumbre, debemos pensar que fueran ins-
piradas é incorporadas á la acción orgá-
nica en la inteligencia de que le eran pro-
picias al organismo. Este afan de vivir,
y de vivir lo más y lo mejor posible es
de tal modo estructural y espontáneo,
— espontáneo, por lo mismo que es es-
tructural, — que ni lo advertimos en no-
sotros, ni lo excusamos en los demás, si
bien rige en nosotros como en los demás,
y nos parece tan legítimo en cuanto á
nosotros, principalmente.
Los pigmeos congolenses, de que habla
el explorador Stanley, — por ejemplo, —
cuando envenenan sus flechas, y cuando
colocan trampas mortales en las sendas
que pueden dar acceso á sus recónditas
moradas, — ¡tan poco confortables, sin em-
bargo! — esos salvajes, digo, que nos pa-
recen «feroces», no hacen otra cosa que
los más civilizados, cuando construyen
armas de guerra ó de defensa, ó cuando
disponen un servicio de vigilancia y poli-
cía.
¿Podría establecerse una distinción ra-
dical entre unos y otros arbitrios!
10
REVISTA I)E LA ASOCIACION
Si se examina cualquier recurso de ac-
ción, — los más primitivos que sean, — se
ve que entre aquel recurso y el -actual,
solo hay transformaciones debidas á un
mayor conocimiento. Los gruñidos y bal-
buceos del hombre primitivo, son el re-
curso originario de las propias perora-
ciones que se escuchan en los parlamen-
tos, asambleas y congresos más sonados;
el dibujo torpe, hecho en el hueso ó en el
ánfora, es lo propio que se ha transforma-
do en esas obras plásticas que guardan
religiosamente las pinacotecas, como las
reliquias más estimables y esplendentes
de la cultura humana; la canoa y la pira-
gua, se han transmutado en suntuosos
steamers y en dreadnougíhs formidables;
el tatuaje, que tanto encanta á los salva-
jes, — y que hasta parece no ser del todo
mal á las mundanas modernas, — es, al
menos, en una de sus Jaces, lo propio que
se ha trocado en arte de Paquin, de Worth,
de Doueet, de Beschoff-David ó de Lu-
cile, — que deleita á las parisinas cuanto
espanta á los parisinos; ó bien, esa toilette
abigarrada de la piel, corresponde al ges-
to matón del autoritario actual, que impo-
ne, ó al gesto almibarado y afable, con
que «el persuasivo» desea obtener la con-
fianza de los demás. En uno y otro caso,
dichos arbitrios sirven siempre al propó-
sito de imponer ó al de agradar. — El ídolo
informe, tallado, esculpido ó grabado con
escamas de sílex, y el propio amuleto que
cuelgan los salvajes de su cuello, de la
nariz ó del tobillo, están inspirados en el
propósito de garantizarse contra peligros
naturales que no conocen, ó sobrenatura-
les, — más difíciles de conocer, — ¡tan im-
palpables oomo son! — y que, segiin el cre-
yente, lo vigilan ó lo acechan con espan-
table asiduidad; aquellos arbitrios ingó-
nuos, digo, están destinados á la defensa,
de igual modo que los templos más lujo-
sos y los ceremoniales más solemnes de
la liturgia religiosa. Es el conocimiento,
y solo el conocimiento lo que vá transfor-
mando los arbitrios, todos los arbitrios, —
los que, por viejos que sean, si no fuerá
por razón de un mayor conocimiento que-
darían definitivamente cristalizados en
los siglos. Así, por ejemplo, ya no se verá
entonar plegarias á causa de la viruela, de
la rabia, del cólera, de la fiebre amarilla,
del tifus, ¿por qué? — porque estos
flagelos, antes terribles, no solo terribles
porque diezmaban, sino porque no se sa-
bía á qué ni á quién atribuir su causa, ni.
á quién ni á qué. apelar, para prevenirlos
ó curarlos, han sido dominados por el co-
nocimiento. Los arbitrios religiosos y los
exorcismos, pues, nada tienen que hacer
ya, en atención á los reclusos efectivos
con que puede contarse. Y en todos los
dominios ocurre otro tanto. ¿Quién po-
dría trazar entonces una línea radical y
racional de separación entre las formas
primitivas y las evolucionadas, si por un
lado, se trata de un mismo recurso esencial
qué se va transformando por el conocimien-
to ; y si por el otro, todos los arbitrios res-
ponden al mismo fon, al mismo propósito
orgánico : el de vivir y mejorar f
Se ve de este modo, que los reclusos,
han evolucionado paralelamente con las
necesidades, quedando en lo substancial
el arte, el mismo medno de acción, el mismo
instrumento orgánico; y quedando la ne-
cesidad y la aspiración orgánica, los mis-
mos acicates, al través de los siglos. Se
vé así, mejor, la guía, si bien multiforme,
constante, que dirije á la acción orgánica,
ya sea la del troglodita, la del salvaje ó la
del hombre civilizado, á favor de un mis-
mo reourso, el intelectivo, estimulada por
el mismo aguijón instintivo, congénito con
todo organismo: que es vivir, vivir mejor,
perpetuarse, para mantener la propia es-
tructura individual, y de tal modo es vi-
\az ese aguijón que, para cada organismo
parece ser él lo más importante de la natu-
raleza, aun cuando la naturaleza pueda
pasar sin él, como prescinde de tales
anhelos, por completo insensible á tan
íntima aspiración. Si hay un eco, es tan
fugaz y limitado, ó más que una burbuja
en el océano inmenso.
Así como «instrumento» incondicional
de acción, el arte ha acompañado al hom-
bre y á los pueblos. Así es que la obra rea-
POLITECNICA DEL URUGUAY
11
lizada se ofrece como una huella, como
un reguero siempre conexionado, con-
forme, identificado con sus ideas, porque
siempre estuvo y hubo de estar eunn-aído
á servirías, sumiso, solícito como los sen-
tidos, siempre, invariablemente, hasta pa-
ra servir los extravíos. Es de esta realidad
que hablan todas las reliquias arqueoló-
gicas, de igual modo que las obras de ma-
yor actualidad. Cuando el hombre se
•guió por su ilusión egocéntrica, que lo
constituía en centro, en eje del universo,
lo mismo que cuando esta ilusión instin-
tiva se humanizó, por efecto de la cre-
ciente necesidad social, que la derivó ha-
cia el antropoceutrismo, lo propio que
ahora, que el hombre se confía á la obser-
vación de la naturaleza, siempre el arte
humano se ofreció y se ofrece tan incondi-
cional como «su ingenio» mismo.
Es, precisamente, á causa de aquellos
espejismos iniciales, que tan temprano
nació en los hombres la idea de abrir co-
mercio con los dioses y con los espíritus,
que, — según su entender, — se interesa-
ban en su suerte, así como debió nacer
la idea de que eran artes de excepción y
superiores, las que se dedicaban á servir
tan alta finalidad. Por eso decíamos que
el concepto de utilidad se hallaba implíci-
to en la propia gerarquía laudatoria que
otorga la tradición á las bellas artes, tan-
to más bellas cuanto más, según su pen-
sar, los' servían con eficacia. — ¿Qué podía
haber de superior á ese propósito de pro-
piciarse á entidades, — tan esquivas como
temibles, — en días en que la vida terrena
era sombría como la ignorancia, — aún
más incierta é inquieta, que breve, — tor-
turada por visiones demoniacas, expues-
ta á todos- los azares sin defensa?
El comercio con los dioses y los espí-
ritus, — ya fueron benignos ó malignos, —
debió considerarse naturalmente como el
más importante y productivo, tanto más,
cuanto que - el concepto de superviven-
cia, — por punto general, cada vez más
arraigado así que se retrocede en los
tiempos, — hacía doblemente útil el cul-
tivar buenas relaciones con agentes,—
reales ó supuestos, — que no solo dispo-
nían de los destinos eternos, sino que in-
tenviiían en los propios asuntos terrena-
les yor medio de sus delegados, ó hacien-
do apariciones espeluznantes, — aparicio-
nes, que, felizmente, se han ido reducien-
do de día en día á medida que el hombre
abrió su intelecto á la observación. A la
vez ‘que el hombre' se fué familiarizando
con. su ambiente natural, fueron rectifi-
cándose los errores de las primeras espe-
culaciones ingenuas, — como fueron y de-
bieron ser, — y se fué vigorizando el espí-
ritu científico. Los primeros aleteos del
arte, como los de la ciencia, escapan á
nuestra mirada, porque se ván degradan-
do sin solución de continuidad hasta es-
fumarse y perderse en algún gesto ó no-
ción celular, quizá, y ésta misma
¿Quién puede decirnos con certeza, cuál
es su verdadera prosapia, su génesis? . .
Pero dejemos esto, y pasemos á concre-
tar nuestro concepto del arte, tal como,á
nuestro entender, lo revela la naturaleza.
Si el arte es un recurso «orgánico» de
acción, como lo es por lo demás toda nues-
tra acción, dado que somos organismo,—
¿qué otra cosa puede ser el arfe, como no
sea la manifestación del intelecto orgá-
nico «en acción»?
Desde luego, toda nuestra actividad
es necesariamente, obra de nuestra estruc-
tura individual, y de tal modo es indivi-
dual, y orgánica por lo mismo, que re-
sultaría imposible establecer cuál es su
obra intelectiva y cuál no lo es. Es cier-
to que nosotros ejecutamos algunos ac-
tos sin deliberar, de mía manera maqui-
nal; pero esos mismos actos debieron re-
querir también, necesariamente, una pre-
via intervención intelectiva, antes de in-
corporarse á nuestra aeción orgánica por-
que, en otro caso, ni podríamos concebir
racionalmente el mantenimiento de la in-
dividualidad estructural, en medio de la
lucha perenne de los agentes naturales,
ya sean orgánicos 6 anórganos. Bastaría
12
ltEYISTA DE LA ASOCIACION
que hubiese quedado en receso nuestro
instinto vital, constitucional, comp lesi-
vo, para que dejara de haber «una razón
de ser», una causa para el organismo, por
lo propio que es organismo. Habría que
apelar á una «providencia», muy grande,
preocupada de cosas muy chicas, como
son las nuestras en medio de la impresio-
nante inmensidad del Universo, ó de los
Universos, — puesto que, lo que concep-
tuamos así, como un «todo» puede resul-
tar un rincón de la naturaleza; — v lo más
significativo es que esa supuesta provi-
dencia cada día resulta menos ocupada
de nosotros, cada día más ausente, cada
día menos eficaz á medida que se operan
nuestros mayores progresos.
Si suprimimos pues, el instinto orgá-
nico, vigilante como es, la individualidad
se disuelve por no tener entonces causa ni
r azón de ser.
Y así como solo hay un matiz entre el
aoto deliberado y el que llamamos ins-
tintivo, — que parece ser automático, —
hay también otro matiz entre el acto ins-
tintivo y el reflejo, que es más automá-
tico todavía; pero unos y otros, todos, se
manifiestan siempre en una misma di-
rección, que es la de servir al organismo ;
y tal antecedente, por sí solo, nos está
diciendo que la obra orgánica es fruto de
un constante proceso de actividad inte-
lectiva-, — toda intelectiva, por cuanto es-
tá toda encaminada á favor del organis-
mo-, — lo que comprueba que nosotros va-
mos incesantemente asimilando é incor-
porando nuevos concursos útiles de ac-
ción, en nuestro esfuerzo de adaptación
al medio natural, — el que presupone «se-
lección», por un lado, y por el otro, «tras-
misibilidad hereditaria» de los elementos
asimilados, puesto que, 'de otra manera,
ia evolución no se manifestaría con su
aspecto constructivo, tan característica-
mente constructivo como se manifiesta,
al través de los tiempos.
Ahora bien: si toda acción orgánica es
intelectiva, en principio, ¿donde encontrar
la línea de separación, precisa, en donde el
acto orgánico se manifiesta «artístico»?
Tampoco hay en este sentido ninguna
solución de continuidad que nos permita
fijar de un modo radical y definitivo, la
distinción entre el acto inartístico y el
artístico, puesto que, unos y otros revelan
ó implican una «integración intelectiva»,
— inmediata ó previa, — como obra or-
gánica, y es la constatación de ese subs-
tractum intelectivo, — que se advierte en
toda la acción, de una ú otra manera, —
lo que me ha llevado á pensar que el arte,
en su acepción superior, debe ser consi-
derado coirto el medio de acción tendiente
á rectificar y mejorar las formas ya conoci-
das de acción, así como que es en este úni-
co sentido que pueden hallarse puntos
de referencia para clasificar conveniente-
mente. Por eso es que proponía en mi en-
sayo las clasificaciones de «arte rudimen-
tario», «arte técnico» y «arte conceptuoso»,
las que, en atención al lugar y al tiempo,
podrían dar una idea del «grado de evo-
lución» de cada rama artística.
Se comprende que estas clasificaciones
no pueden ser radicales, por lo propio que
son «de relación». Lo que fuó conceptuo-
so, deja de serlo; pero, si es así la realidad,
¿por qué no tomarla tal cual es? La im-
prenta, nos ofrece un ejemplo fácil de
apreciar. No hay duda de que el gran Gut-
tenberg tuvo una idea genial; pero no la
hay tampoco acerca de que, aquel inven-
to se ha transformado tanto, que no pa-
rece ser ya el mismo recurso. Si Gutten-
berg pudiera ver una Marinoni, una de
esas maravillosas rotativas modernas ó
un linotipo, creería soñar; y lo propio po-
dría decirse que la obra de Papin, de Fal-
tón, de Watt, de Volta y de los demás
innovadores geniales. Es y será siempre
preciso tomar en cuenta el factor «evolu-
tivo,» el lugar y el tiempo; y no porque
no resulte tan cómoda así una clasifica-
ción, habrá de desestimarse, puesto que
siempre tendrá que tomarse nota de un
hecho evidente, colosal, colosalmente evi-
dente, como es la evolución. ¿Cómo es-
tablecer pues, líneas estables, firmes, de-
finitivas sobre un hecho mismo que se
trasmuta evolutivamente? — Y es tan in-
POLITECNICA DEL UUIKiüAY
13
dispensable por lo demás, tomar en cuen-
ta ese heelio soberano, que, si bien nues-
tras clasificaciones usuales han prescin-
dido de él' en absoluto, nosotros, á cada
instante, al utilizarlas, nos hallamos obli-
gados á referirnos á él, para darles algún
valor á esas mismas clasificaciones que,
con ser tan radicales como arbitrarias
y revestidas de autoridad, se ven forza-
das á marcar el paso de la realidad, si
quieren tener alguna objetividad, vale
decir, para ser de algún modo comprensi-
bles; — y en este orden de asuntos, podrá
darse vueltas cuantas se quiera, que no
se hallará jamás solución, sencillamente
porque la realidad no ofrece ninguna so-
lución de continuidad: hecho este, que nos
condena á la artificiosidad de las clasifi-
caciones, ineluctablemente.
Pasemos ahora á considerar el recurso
artístico en otro sentido, el «transversal»,
si puede decirse así. Prescindamos de la
dirección ó finalidad, y prescindamos
también, por favor, — un instante, — de las
ideas prehechas, que son tan antojadizas
en este sentido como en el otro, según se
verá.
Para ser más libres de espíritu en nues-
tros juicios, supongamos que, así como
consideramos el arte humano, considerá-
semos el arte apícola, verbigracia, el arte
de ese himenóptero que ha llamado tan-
to nuestra atención cuanto la de los más
eminentes naturalistas, avezados á la
observación de la naturaleza. Suponga-
mo que no es mecánica su acción, según
el concepto, falso á mi juicio, de que la
obra instintiva es fruto de un mecanis-
mo, que no sabríamos á qué ni á quién
atribuir, con sus montajes tan compli-
cados, y armónicos á la vez. Supongamos
que la abeja es inteligente, como pensa-
mos serlo nosotros, y sólo nosotros, por
efecto residual de aquella ilusión egocén-
trica de que hablábamos. Dado este su-
puesto: ¿quién podría decir que tal acto
de la abeja es inteligente y artístico, y
que tal otro no lo es, cuando el propio
zángano resulta ser un personaje trascen-
dente en la vida de esas asociaciones?
¿Quién podría decirnos con alguna ra-
zón, — porque, de otra manera, todo se
puede decir, — que el arte de modelar
las celdas es el único arte de la abeja, y
que no.es tal arte aquél con que han es-
tablecido sus instituciones, su ordena-
miento social admirable, sus formas de
selección, incluso el famoso vuelo nup-
cial soberbio, imponente, que describe
Maeterlink con tanta maestría?
Supongamos que un ejemplar de ese
enjambre, que consideramos, propusiera
una reforma muy documentada, cientí”
fica, diremos, si puede emplearse esta pa’
labra también, como lo pensamos noso
tros, respecto de los que no frecuentan
facultades, ni más laboratorios que el in-
menso laboratorio de. la naturaleza.. Que
propusiera, por ejemplo, la idea de hacer
octógonas las celdas exagonales, ó una
nueva institución, ó recursos para vivir
por más tiempo; la utilización de algún
nuevo elemento del jardín donde acam-
pan, ú otra cosa cualquiera. ¿Quién se-
ría osado á decir que «no es artista» ese
innovador, más ó menos eficaz y genial
ó no, ó que no lo son los propios ejem-
plares que, acatando ese propósito, se
aprestan á ponerlo en práctica, ó que,
sin acatarlo desde lueg o, se contraen á
examinarlo escrupulosamente? ¿Por qué
no serían tan artistas como los demás?
Su obra, como quiera que se la juzgue,
¿no es acaso producto del mismo ingenio
aplicado á servir las mismas necesidades
orgánicas, por otros arbitrios? ¿Se osará
decir que no es tan importante ó trascen-
dente?
Aquí, como se vé, queda planteada la
cuestión referente al arte y la ciencia.
Si se confunde el intento cognoscitivo
ó la aplicación del conocimiento, con el
conocimiento, vale decir, el medio con el
fin, y la causa con el efecto, se comprende
que en vez de clasificar, desordenamos;
en vez de disciplinar nuestras ideas con
arreglo á los hechos, las ponemos en opo-
14
REVISTA DE LA ASOCIACION
sición á la realidad: y esto es de efec-
tos deplorables, necesariamente, corno to-
do error.
Ya sea que tomemos al enjambre que
nos sirvió de ejemplo ó al pueblo, al hom-
bre, á la ciudad, — que no es más que una
colmena, con más ó menos miel, — vemos,
siempre, el mismo propósito orgánico,
«como guía», por más que se manifieste
en diversos senderos, los que, son todos
congruentes, y por lo propio, «convergen-
tes» hacia la finalidad orgánica, que no
es otra que vivir, vivir lo mejor posible,
— lo que implica una aspiración de per-
petuación y otra de mejoramiento; — y
en uno ú otro caso vemos, por igual, que
es imposible determinar lo que es arte y
lo que es ciencia — por cuanto, intrínse-
camente, es el mismo recurso el que se es-
grime: «la inteligencia», — ya sea para co-
nocer ó para obtener cualquier otro re-
sultado; por donde se constata que hay,
fundamentalmente, una identidad per-
fecta en el recurso de acción, y, además,
una identidad, perfecta también, en la
dirección de la actividad, en la finalidad
á que ésta responde. Si los aportes son
diversos en calidad é importancia, son
todos «aportes» realizados por «el mismo
recurso intelectivo -art íst ico », y son todos
aportes destinados, errónea ó acertada-
mente, al mismo fin.
En este propio terreno teleológico, pues,
no hay diferencias esenciales. ¿Podría
decirse que hay una diferencia constante
entre lo útil ó lo necesario y lo inútil ó lo
innecesario? Desde luego, lo útil se true-
ca en necesario; de modo que es una en-
tidad movible, con relación al lugar y al
tiempo; y, además, es una entidad que
se caracteriza por su relativismo. — Un
ídolo, por ejemplo, es más útil y aún más
necesario para el creyente, que una subs-
tancia nutritiva; en cambio, para otros,
es un objeto de mera curiosidad. — Por
otra parte, ¿qué es lo necesario? Si es ne-
cesario aquello sin lo cual no podemos
cumplir nuestras funciones fisiológicas,
— simplemente, — resultaría que lo nece-
. sario es alguna t^íz alimenticia; y nada
más. ¿Será por ventura la ciencia, el sa-
ber? Yo; ni esto mismo, porque si nos fal-
tara esa sabrosa raíz nutritiva de que
hablábamos, la ciencia no nos sirve. Este
contraste, recordaría el caso de aquel
sabio que cayó al agua y no sabía nadar.
Yo obstante esta identidad fundamen-
tal del recurso artístico; no obstante ser
la inteligencia «el único instrumento» de
que puede echar mano el organismo, —
cualquiera que sea el dominio de acción;
y no obstante la identidad que se advier-
te en la finalidad orgánica á que respon-
de ese recurso, se ha admitido que entre
la ciencia y el arte hay una diferencia
fundamental, radical, al extremo de que
el eminente biólogo-filósofo Félix Le Dan-
tec, afirma que es un perfecto antago-
nismo lo que separa á estas «entidades»,
de gesto severo.
A pesar de la gran autoridad de su pa-
labra, francamente, no concibo cómo pue-
da haber antagonismo entre el arte, —
que es «un medio» de acción, — y la cien-
cia, que es «una de las finalidades» á que
se contrae este recurso; ni siquiera la fi-
nalidad fundamental, según el concepto
admitido de la misma, sino la que facili-
ta la obra de adaptación, la que permite
evolucionar, mejorar nuestra acción; esto
es. ajustarla más y mejor a la realidad,
que es nuestro ambiente natural.
Solo un conjunto de prejuicios, ha po-
dido presentarnos como rivales á dos for-
mas de acción de la misma «unidad» or-
gánica, lo que en caso de ser así, impli-
caría romper esa unidad misma, puesto
que ella no puede subsistir, si no es á fa-
vor de sus concursos estructurales. Otra
cosa sería como suponer la subsistencia
de un organismo en que el cerebro y el
corazón v. gr. fueran órganos antagó-
nicos; lo que, forzosamente, significaría su
disolución ó sea la negación de la unidad
individual.
Esto se debe á que se ha confundido
«el resultado» del esfuerzo cognoscitivo,
con el esfuerzo mismo, y también con «la
utilización» de dicho resultado, que es el
conocimiento, el saber. Sin embargo, es
POLITECNICA SEL URUGUAY
15
evidente, que, así como no es ciencia, —
esto es, conocimiento , — la serie de actos
preparatorios que se practican para al-
canzar este «resultado» científico, tampo-
co lo es el «aprovechamiento» de la con-
quista científica: eso es mié.
¿Y sólo son acaso, los que investigan
«metódicamente», en vista de un conoci-
miento general, ó los que utilizan de ese
conocimiento «general»; sólo son éstos,
digo, «los que investigan» y los que «se
sirven» de toda conquista científica? No;
todos tratan de conocer, y todos tratan
de sacar el mayor provecho posible de
todo conocimiento, ya sea general ó par-
ticular, circunstancial. El pintor, por
ejemplo, trata de conocer la causa de una
armonía ó de un contraste cromático, y
también aprovecha de las conquistas quí-
micas ú ópticas, así como de cualquier
otro concurso que le sea favorable, la
anatomía, la psicología, la ley de los com-
plementarios de Chevreul, ú otra; pero,
así como no pueden confundirse «los en-
sayos» hechos por el pintor, con el resul-
tado de su esfuerzo, tampoco pueden
confundirse los ensayos y tanteos que
practica el investigador, aunque sean en-
caminados hacia fines científicos, con
«la ciencia».
Estos intentos cognoscitivos, son «arte»,
de igual modo que el esfuerzo de «uti-
lización» del conocimiento alcanzado, cual-
quiera que sea el fin á que se aplique.
Es el ingenio en acción ; en tanto que cien-
cia es la constatación de un fenómeno,
de su ley, de su causa; ó de un orden cual-
quiera de fenómenos: es pues, la finali-
dad del esfuerzo cognoscitivo, el resulta-
do: ciencia es saber.
En el propio dominio del conocimien-
to, no hay diferencias fundamentales,
si bien hay conocimientos más importan-
tes y más generales, y conocimientos me-
nos importantes y menos generales; pe-
ro, en substancia, la ciencia es conocimien-
to, y lo mismo es conocimiento la consta-
tación de una realidad que la de otra. En
definitiva, lo mis mo es constatación de
un hecho, de una realidad, la del bañista
v. gr. que, por medio de una caña, explora
el fondo de una laguna «para conocerlo»,
antes que aventurarse á entrar, que la
del clínico que palpa con minuciosidad
al paciente, para descubrir su enferme-
dad; que la del astrónomo que descubre
la línea de los movimientos de un astro,
por medio de arduos cálculos. Ciencia es
saber, repito; y no vemos como pueda
haber antagonismo entre este resultado,
tan saludable y tan fecundo, y el arte, ó
sea la acción de la inteligencia que lo ob-
tiene y lo utiliza, aún cuando á la vez se
aplique á otros fines, mejor dicho, á otros
subfines de la misma unidad que lo uti-
liza, por cuanto el fin capital es vivir, y
á vivir y mejorar se aplica toda la activi-
dad orgánica.
Si vemos, por un lado, que todo orga-
nismo procede siempre con arreglo á su
estructura, y por el otro, vemos también
que procede siempre á favor de sí mismo,
para mantener su estructura, para con-
servarla y aún para mejorarla, — ya sea
que se ajilique el intelecto á producir ó á
conocer, — no hay manera de establecer
distinciones radicales ni permanentes en
ningún sentido, puesto que, el arte, se
nos ofrece en todos los dominios como ac-
ción orgánica de la inteligencia, cumplien-
do su misión natural, que es la de vivir
como estructura orgánica, mejorándola,
ajustándola á su ambiente natural; y así
como el arte, — que es la inteligencia en
acción , — es el único y el mejor medio de
que pudo y puede valerse el organismo
para subsistir y mejorar, la ciencia, que
es conocimiento, conciencia, saber, es lo
que mejor nos permite realizar esta obra
estructural, orgánica.
Veamos ahora, brevemente, para ter-
minar, qué son la técnica y la crítica en
esta obra orgánica, de un modo general.
Si el arte es la acción intelectiva : co-
mo acción, presupone «exteriorización»,
ó sea medios técnicos que la objetiven? y
como manifestación de inteligencia, pre-
KEVISTA 1)E LA ASOCIACION
1G
supone «deliberación», esto es, crítica. No
hay ni puede haber obra de arte, ya sea
superior ó interior, que no revele la exis-
tencia de uno y otro elemento, indefec-
tiblemente.
Llamamos, pues, técnica, al recurso de
objetivación, cualquiera que sea: el len-
guaje, el color, el sonido, así cualquier
otro procedimiento de que echa mano el
hombre-artista para exteriorizar su in-
tención, para plasmar su concepto; lo
cual, según se comprenderá, es indispen-
sable en el arte, puesto que, de otro mo-
do, no sería arte, esto es, «acción», sino
solo una idea más ó menos inconcreta de
las tantas que bullen en nuestro cerebro
y que quedan relegadas al fuero interno,
allí donde todos somos artistas incompa-
rables, vale decir, en la intención.
Lo que reduce nuestras aptitudes ar-
tísticas, lamentablemente, es la faz técnica;
es ahí, donde comienza la dificultad del
arte. ¿Cómo dar cuerpo á esa intención
que late ambiciosa, desbordante, pujan-
te, y que nos resulta inasequible por su
propia incoercibilidad? En nuestra imagina-
ción la vemos brillar, sin embargo; pero
así que vamos á encarnarla, reduce su
brillo y queda maltrecha y opaca, con una
opacidad que desespera á veces.
Es que, los elementos que han de plas-
marla son pasivos, . por completo indife-
rentes á esta aspiración. Somos nosotros
los que hemos de someterlos á nuestro
pensamiento, para que nuestro pensa-
miento obtenga el valor de una realidad
tangible: sea una estatua, un poema, un
puente, un discurso, un túnel, un cuadro,
cualquiera cosa que sea. Cada gestación
artística, presupone un esfuerzo de ade-
cuación del elemento técnico á la idea
que la inspira, y es por eso que el arte se
manifiesta siempre como «obra de arte»;
no tan solo como pensamiento, como idea
recluida en el cerebro, sin más valor que
el de intención subjetiva; sino, al contra-
rio, como manifestación externa, concre-
ta, plástica, de nuestra intención, de
nuestro pensamiento, ¿Imaginan Vdes. lo
que haríamos si no fuera por esta «limi-
tación» que reprime á nuestro anhelo?
Imaginarlo, es como entrar al reino del
absurdo.
A ese elemento de exteriorización es al
que llamamos técnica, aún cuando el dic-
cionario haya omitido el vocablo como
substantivo .... con serlo tanto. Sin este
elemento, que transforma el pensamiento
en acción, quedaría el concepto en el anó-
nimo definitivo: y por más genial que
fuese, ni alcanzaría siquiera á la condi-
ción de simple declamación lírica.
Es este, como se vé, «un aspecto» del
arte, puesto que no se concibe al arte
sin él; de tal modo está identificado con
la obra de arte, ó sea, con la «manifesta-
ción» artística.
La crítica, está igualmente implícita
en el arte, ó sea, en la obra de arte, por
cuanto es «la deliberación» que presupone
necesariamente todo recurso de acción
intelectiva, por el solo hecho de ser inte-
lectiva. No se concibe manifestación de
inteligencia sin esa guía ó contralor, — ya
sea torpe ó genialmente ejercido, — pues-
to que la inteligencia debe manifestarse
como «forma» de acción orgánica, es de-
cir, congruente; y no arbitraria. Por eso
es que la deliberación, es decir, la cordu-
ra, la juieiosidad del esfuerzo, está «ne-
cesariamente» sobreentendida en la ac-
ción orgánica, por lo propio que es orgá-
nica; es la obra de un organismo.
La crítica, — ya sea autocrítica ó ya
sea ejercida por terceros, — es la verifica-
ción instintiva, que aquilata y comprue-
ba, en primer término, la utilidad «orgá-
nica» del esfuerzo, y en segundo lugar,
la adecuación del recurso técnico por el
cual se manifestó el pensamiento gene-
rador, inspirador. Se comprende que si
ese doble ajuste no se hiciera, nuestra
acción sería enteramente arbitraria, y
nos demolería, en vez de conservarnos y
de mejorarnos, como lo hace, en la obra
de adaptación, de selección, de evolución.
Por eso decía antes, que la acción instin-
POLITECNICA DEL XJKttCiUAY
17
tiva, y el propio acto reflejo, — más iden-
tificado aún con el organismo, por meca-
nización habitual, — debieron ser mate-
ria de deliberación, incipiente, rudimen-
taria que fuere, puesto que, si se hubiesen
incorporado formas de acción orgánica
incongruentes con el interés vital, habría -
se disuelto la individualidad, forzosa
mente. Este otro elemento, el crítico, es
de inteligencia, esto es, de ordenamiento;
y es «otro aspecto» del arte, también in-
separable del mismo, por esencial; tam-
bién identificado con él, porque lo integra
ineludiblemente.
Así como la técnica nos limita, porque
presupone un previo sometimiento de la
substancia á la idea, á la aspiración or-
gánica, la crítica nos hace palpar esa
dificultad, á la vez que tiende á hacer
compatible nuestra acción individual con
la acción de los demás elementos de la
naturaleza, que se manifiestan en forma
de «lucha natural», precisamente porque
proceden también, como nosotros, según
su estructura. De ahí su indiferencia y su
propia hostilidad; y es tan natural todo
esto, que nosotros, acostumbrados á vi-
vir refrenados por tales trabas, ni nos
detenemos á considerarlo, ni á divagar
siquiera acerca de lo que haríamos, si di-
chos elementos se nos sometieran incon-
dicionalmente, á discreción. Entonces sí
que podríamos ver la enorme expansivi-
dad de nuestros anhelos virtuales, solo
comparable á la de los explostivos. Com-
primidos, en vez, por la resistencia de los
agentes externos; habituados á vivir den-
tro de una red de frenos, que ejerce una
perpetua coerción á nuestra absurda ex-
pansibilidad, así mismo, hemos llegado á
creer sinceramente que somos modestos,
y aún humildes. ¡Oh, lo que haríamos, si
pudiéramos hacer! Es verdad que
nos dequitamos de las molestias de esta
trabazón de acero que contiene la des-
medida expansividad de nuestras aspi-
raciones,— traba que articula la sensatez
de los agentes externos, los que, como
nosotros, quieren mantener su estructu-
ra, que es su ley natural; — y para des-
quitarnos los menospreciamos, ó decla-
ramos con Schopenhauer que la vida es
una adversidad; — esto es cierto, así como
lo es, que esas propias protestas, son una
prueba del apego entrañable que tenemos
á nuestra individualidad estructural.
Se comprende mejor así, eomo, en me-
dio de la propia laxitud — tan enervante —
que producen estos desvarios metafísi-
cos, apenas se domina un elemento, tro-
cándolo en nuevo agente de acción para
nosotros; apenas se disciplina una fuerza
natural, rendida á nuestro conocimien-
to, despiértanse mil anhelos latentes que
no podían mostrarse aiites por carecer de
ambiente, y que surgen entonces como
por encanto y pululan alrededor del filón
precioso, dispuestos á aprovecharlo cuan-
to es posible. Así se transforma la ac-
ción. El bronce, el hierro, la pólvora, el
vapor, la electricidad, las hondas hert-
zianas, el radium, la causa de las fermen-
taciones, etc; todo ello, penetrado por el
conocimiento convulsiona toda la men-
talidad y la actividad misma, con proyec-
ciones incalculables. Y no solo se trans-
forman la acción y las ideas, sinó también
las aspiraciones, las orientaciones del
pensamiento. Es tal la avidez con que se
opera este trabajo de asimilación y de
expansión, que ni nos detenemos á fes-
tejar estos triunfos soberbios, tan fruc-
tuosos como son; y es tal la ingratitud
humana, — tan piramidal, — que hasta los
nombres de los más grandes benefactores
re la humanidad, no alcanzan la noto-
diedad de un tenor en boga ó de una «es-
trella» de café cantante, que nos solazan
de un modo efímero.
Cuando se habla de obra de arte, de
arte superior, todavía se entiende que se
trata de un cuadro, de una estatua, de
una romanza, de una comedia, un drama,
un poema, y nunca de un paso eficaz en
el orden cognoscitivo, fecundo como es,
el que abre horizontes inesperados á nues-
tra insaciable aspiración de mejoramien-
1S
REVISTA DE XA ASOCIACION
to. Es que no se piensa que la obra de ar-
te liumano, la obra suma; es la civiliza-
ción, esto es, la obra integral del esfuerzo
del hombre — obra en que no se sabe si-
quiera con certeza, quién lia hedió algo,
ni quién ha hecho más. Los artistas des-
collantes en este modelado del progreso
humano, en esta portentosa obra evolu-
ciona!, que trueca al hombre primitivo,
á nuestro propio antepasado, en ejemplar
que ni parece ya ser de nuestra raza, esos
artistas máximos, quedan olvidados y
aún desconocidos, al propio tiempo que
se deifica por cualquier cosa; y los des-
conocidos, seguramente, son más que los
olvidados.
En esta obra de arte inmensa y tras-
cendente, los biólogos, los denodados na-
turalistas, los anatónomos, los paleon-
tólogos, los fisiólogos, los químicos, los
embriólogos; los físicos, los histólogos,
los bacteriólogos, que han dedicado su
existencia á producir, paciente y valien-
temente, — á veces en el anónimo de la
obscuridad y á veces, en el suplicio de la
miseria, — los mismos á quienes el cáusti-
co Barbey D’Aurevilly llamaba con des-
precio «contadores de polvo; cultores de
una ciencia que calcula, — como si esto
fuera un pecado, — cultores de la ciencia
atomística, hipotética, ininteligible, hie-
rática.... tan bobamente científica», —
¡tal era la magnitud de la empresa! — ésos
son precisamente los que han permitido
substraer el apasionante problema de la
vida de la especulación abstracta, aprio-
rista, que quería encontrar la clave de
todo el enigma del universo dentro de la
pequefia caja craneana propia, para plan-
tearlo, en vez, en la naturaleza inmensu-
rable, por medio de una observación me-
tódica y concienzuda; quiero decir por
ios medios del conocimiento constructi-
vo, progresivo, que, si bien requiere más
paciencia que la declamación, —porque
es más trabajoso, — es más eficaz, sin du-
da alguna. Merced á esos esfuerzos tena-
ces, es que se han podido forjar las hi-
pótesis cosmogónicas de Kant y de La-
placa, elevándolas á planos caudales, su-
periores por cierto á aquel pueril, antro-
poformo, donde las cosmogonías nos pa-
recen ya tan inverosímiles como antes
parecían dignas de fé; gracias á ese aco-
pio de antecedentes, acumulados uno á
uno, con probidad admirable, es que se
constata la identidad fundamental de
las formas de organización, y que La-
marek induce la teoría de la descenden-
cia, y Darwin. la de la selección y la he-
rencia, produciéndose la visión magnífi-
ca de la evolución natural: realidad fe-
cundísima, henchida de enseñanzas!. Por
otro lado, sobre el cimiento de la obra de
Arquímedes, de Cableo, de Xewton, — co-
mo sobre un tesoro de documentacio-
nes, — se constata la indestructibilidad de
la substancia y la indestructibi idad de la
energía, preciosas conquistas también, y
surge el monismo, el mecanismo, el equi-
librismo, que, si no son una verdad, qui-
zá por. que no hay ni puede haber una
verdad integral para nuestros recursos
limitados, son, por lo menos, tui vuelo
audaz y saludable en el campo de la
emancipación del pensamiento, antes en-
cadenado como un criminal ó un inepto,
por la pequeñez mísera de los prejuicios.
Y, ¿quién, que no sean los estudiosos, se
detiene á considerar la magnitud de los
aportes en esta obra de titanes, de dioses,
diría, si no fuera una característica de los
dioses el hacer poco? — Muy escasos son,
por cierto, los que hacen un alto, para
valorar los efectos de la obra de Cardan,
de Tonicelli, de Huyghens, de Leibniz,
de Julio Boberto Mayer, de Prescott, de
Helmholtz; los de la teoría celular de
Sckwann y Sclileiden ó de la noción quí-
mica del protoplasma, . de üeumeister,
ó de la obra del embriólogo Baer, ó de la
del fisiólogo Müller, ó de la de los quími-
co-físicos Bunscn y Kirchoff ó de la obra
de Pasteur, ese coloso, cuya efigie serena,
bondadosa, luminosa, triunfal, debiera os-
tentarse en todo centro culto como un
alto honor, y como alto estímulo, puesto
que prueba i-rre-fra-ga-ble-mente la su-
perioridad y la eficacia del esfuerzp cien-
tífico; — y de la obra de tantos que igno-
POLITECNICA DEL URUGUAY
1!)
ramos ú olvidamos, con ser los que nos
han deparado los mayores y mejores bie-
nes de que disfrutamos, morales y mate-
riales. Es verdad que estos bienes, con
ser tan grandes, no los apreciamos, pre-
cisamente porque los poséemos; pero,
advertiríamos su verdadero monto ape-
nas nos faltasen. Esto sería peor que un
terremoto. No obstante, todos reconoce-
mos con largueza la obra de los que nos
han brindado un solaz, y la magnifica-
mos desmedidamente. Eso es un lujo sa-
berlo y reconocerlo. En esto somos tam-
bién aristócratas; tan aristócratas como
ingratos para con nuestros más grandes
benefactores.
La obra científica, magna obra del ar-
te humano, ha cimentado sólidamente,
sobre un limo de errores y de espejis-
mos sombríos, que entenebrecían, el edi-
ficio del conocimiento positivo, tan efi-
caz, que hasta las propias ramas antes
consagradas á propiciar lo sobrenatural,
tan estérilmente,, se han humanizado.
Por una ironía, á la vez que se demostró
que no hay abismos radicales entre las
especies que pueblan el planeta, se ha ele-
vado la condición del hombre, del pro-
pio ser relacionado antes con lo sobrena-
tural, como un semidiós; así que se ha
ido haciendo camino la prosa vil de los
positivistas, de esos naturalistas preo-
cupados en contar prosáicamente los gra-
nos de polvo, el anhelo igualitario se ha
puesto en marcha, y el esclavo, que, en
medio de su abyección misérrima, no* con-
taba hasta entonces con más consuelo
que el magnánimo de la esperanza, de
una esperanza póstuma, por otra parte, —
— aquella de que «los últimos serán los
primeros», — lo cual, era la munificiencia
efectiva de los más generosos sentimen-
tales, los que al menos, por sus inten-
ciones, se distinguían en «el rebaño»
en un rebaño de lobos, el esclavo se eman-
cipa; así que se hizo una brecha la des-
ilusión, — la cruel desilusión de no ser el
hombre un dios caído, — cosa que aún
conturba á los pasivistas soñadores, evo-
cadores, inconsultos magnificadores del
pasado, como si hubiese sido un Edén,
se abrió y se afirmó la idea que vá aplo-
mando al rey de la creación, rey-siervo de
ay«.r. humillado, envilecido por efecto
de sus propias quimeras megalomania-
cas, forjadas en plena ignorancia; y de día
en día recobra y acentúa su verticalidad
como hombre, como organismo emparen-
tado con el antropóide y la célula, ofre-
ciéndose va hoy tan altivo como un pú-
gil!....
Esta es, señoras y señores, la obra su-
perior del arte humano; la obra del cul-
to científico; exclusivamente la obra del
saber. He dicho.
FIN.